miércoles, 1 de julio de 2020

REFLEXIÓN - Martes, 1 de julio de 2020

Ciertamente como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las recogerá.
Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.
Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
Riqueza exterior y riqueza interior
Aparentar, mostrar la mejor cara, no es sinónimo de una gran riqueza interior. Muchas personas viven obsesionadas por su apariencia, y a menudo nuestra sociedad incentiva tal comportamiento. En efecto, ostentando algunos rasgos externos de riqueza, o un hermoso lenguaje, cada uno trata de mostrar una hermosa apariencia. Pero la Biblia declara: “El Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
En contraste con esto está Aquel que se hizo pobre (tercer versículo del encabezamiento). Se trata de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien se hizo hombre y aceptó ser pobre entre los pobres. La Biblia dice de él, incluso antes de su venida a la tierra: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53:3). Sin embargo, su pobreza voluntaria nos interpela: “Se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”.
Su muerte en la cruz enriquece a todos los que lo aceptan como su Salvador. Desde entonces tienen la vida eterna que Dios les da, y la esperanza de estar un día con su Salvador en el cielo para compartir su gloria.

Tomado de LA BUENA SEMILLA.

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