jueves, 17 de septiembre de 2020

REFLEXIÓN - Jueves, 17 de setiembre de 2020



Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.


La escuela de Dios
Jesucristo me buscó y me salvó. Desde ese momento le pertenezco y estoy en su escuela. Él me dijo: “Aprended de mí” (Mateo 11:29), y lo necesito. “¿Qué enseñador semejante a él?” (Job 36:22). “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25).
Día tras día, leyendo su Palabra, descubro lo que soy y mi ignorancia, pero sobre todo aprendo a conocerlo a él, su dulzura, su paciencia. Si a veces puedo decir: “sé...”, entonces oigo su voz: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). Él sabe ponerme a prueba.
Por ejemplo, es posible que hoy deba superar un examen de paciencia. Poco importa el problema que se me presente o el medio que el Señor emplee. Quizá sea un contacto con una persona que tiene un carácter difícil, un niño inquieto o una serie de pequeñas contrariedades. Si no estoy lo suficientemente preparado mediante la oración y la simple confianza en Dios, ni siquiera me daré cuenta de que se trata de un examen. Solo veré las circunstancias adversas y no la mano divina y sabia que desea hacerme experimentar sus liberaciones.
Dios es fiel, él es quien mide la dificultad de la prueba y da la fuerza para sobrellevarla. Él sabe cuándo se aprendió la lección (1 Corintios 10:13).
Una razón por la cual el cristiano es dejado en la tierra es porque está en la escuela de Dios. Fue el motivo por el cual Israel –pueblo terrenal de Dios– tuvo que errar cuarenta años antes de entrar en un país que estaba tan solo a once días de camino. El significado de este camino errante es: aprender a conocerse a sí mismo y a conocer a Dios. Esta doble lección dura toda la vida.
Tomado de LA BUENA SEMILLA.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario