Sobre la tierra de mi pueblo subirán espinos y cardos, y aun sobre todas las casas en que hay alegría en la ciudad de alegría.
Cuando vemos un huerto abandonado suponemos que no hay hortelano. Igualmente, como el mundo está en desorden, se llega a la conclusión de que no hay Dios.
En un huerto todo depende del hortelano; este siembra, planta, labra… La tierra se deja cultivar; todo parece obedecer al que la trabaja. El mundo, por el contrario, es un lugar de libertad donde los hombres actúan como quieren y obedecen lo menos posible. Son capaces incluso de hacer morir de hambre a su prójimo o de declararle la guerra. El resultado es un mundo contaminado, violento, con pocos valores morales… El abandono es total; las malas hierbas invadieron todo.
Pero Dios no trata de mejorar lo que el hombre deterioró. En la Biblia nos revela que tiene un plan para fundar “un cielo nuevo y una tierra nueva” donde vivirá con los hombres. “Ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:1, 3-4).
¿Quién será admitido en ese lugar? La Biblia nos da un ejemplo: el malhechor crucificado al lado de Jesús, que lo reconoció como Señor, recibió de su parte este mensaje: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). El que cree que Jesús sufrió el castigo que él merecía por sus pecados recibe la gracia de Dios, la vida eterna y un lugar en el cielo.
Tomado de LA BUENA SEMILLA.
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