sábado, 28 de marzo de 2020

REFLEXIÓN - Sábado, 28 de marzo de 2020

Bendito el varón que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor... será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces.
Arraigados y cimentados en amor.
Mimosa y su Dios
Mimosa era una joven de la India. En cierta ocasión fue a visitar a su hermana, quien estaba pasando un tiempo en casa de unos cristianos, y se quedó con ellos una tarde. Allí escuchó hablar del verdadero Dios y de su amor. Este mensaje penetró en lo profundo de su tierno corazón y nunca lo olvidó. ¡Desde entonces conocía al Dios que la amaba!
De regreso a casa, Mimosa sintió que no podía traicionar más a su Dios cumpliendo las costumbres de la religión familiar. Quería ser fiel al verdadero Dios, porque él la amaba. Creció, pues, incomprendida por toda su familia. Sin ninguna ayuda exterior, progresó en la fe. Aprendió a contar solo con Dios.
Más tarde Mimosa se casó y tuvo varios hijos. Las pruebas y las tristezas no le fueron escatimadas, pero contra viento y marea conservó su confianza en Dios. ¡Él no la abandonaría, pues la amaba!
En momentos de gran necesidad, cuando faltaba el alimento, Mimosa se retiraba a su habitación, donde acostumbraba orar a Dios. Allí le contaba su angustia, y esperaba. Fue testigo de muchos milagros en respuesta a sus oraciones. De todas formas, incluso si la respuesta tardaba, siempre salía tranquila de ese lugar. Su Padre celestial había oído. Él sabía todo, la amaba, no podía equivocarse...
La vida de Mimosa fue la de una hija de Dios confiada. Aislada, incomprendida, probada de muchas maneras, estaba lejos de sentirse decepcionada; su sostén era el amor divino. Dios la amaba y la cuidaba, ¡eso era suficiente!

Tomado de LA BUENA SEMILLA.

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