miércoles, 23 de octubre de 2019

REFLEXIÓN

Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Filipenses 4:6
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.
Juan 15:7
Hable, Dios le escucha
La oración está fundada en el inmenso privilegio de tener intereses comunes con Dios.
Ella cultiva y desarrolla en nosotros todas las gracias de Dios:
– La humildad, al reconocer sinceramente nuestras miserias.
– La fe, que se adueña de todas las promesas de Dios.
– La esperanza, que se regocija de antemano por el cumplimiento de estas promesas.
– El amor al Padre amante que tenemos en el cielo, y a todos aquellos por quienes le pedimos.
– La paciencia, porque renunciamos a intervenir y a agitarnos, para dejar obrar a Dios.
Dos obstáculos perturban nuestras oraciones:
– Si tenemos sentimientos de animosidad y rencor contra alguien, no los toleremos más tiempo. Tales sentimientos nos perjudican primeramente a nosotros mismos. Oremos a Dios por esa persona y él nos dará la capacidad de amarla. “Padre, perdónalos...”, pidió Jesús a favor de aquellos que acababan de clavar sus manos en el madero de la cruz (Lucas 23:34).
– Si no renunciamos a nuestra propia voluntad, si ya tenemos un proyecto definido que presentamos a Dios en nuestra oración, corremos el riesgo de que Él nos diga: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal” (Santiago 4:3).
Conocer bien la Escritura es el medio de conocer la voluntad de Dios, de orar en armonía con ella y, por consiguiente, de ser escuchados.

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