lunes, 28 de octubre de 2019

REFLEXIÓN

Volveos ahora de vuestros malos caminos y de vuestras malas obras.
Zacarías 1:4
Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas.
Salmo 25:4
Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos.
Salmo 32:8
¿Perdido?
«Usted no se puede perder; siga la vía principal que sube hasta el pueblo». Pero en realidad la famosa vía se alejaba de la dirección deseada. Después de algunos kilómetros de recorrido tuve la convicción de haberme extraviado. Entonces encontré a alguien que pudo indicarme el camino correcto... «Usted no está en el buen camino, pero puede llegar a su destino volteando a la derecha en la próxima finca».
Mi vida tampoco está en línea recta. Contiene errores de orientación. Pero, ¿estoy en la dirección correcta para llegar al buen lugar? ¿Cuál es mi objetivo? ¿Cómo orientarme? ¿Seguiré los consejos de filósofos, de maestros humanos?
Jesús me encontró en el camino, porque me buscaba. Él no estaba allí por casualidad, sino porque me esperaba. No me dijo: «Todos los caminos conducen al cielo, ni: pruébelos, un día encontrarás el buen camino...». ¡No! Él me dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). “Sígueme tú” (Juan 21:22). Él me invita a seguirle, porque él es el camino. No me obliga, soy yo quien debe elegir. Si me niego a escucharlo, él es paciente... y renueva su invitación. ¡Si persisto en mi error, corro el riesgo de estar definitivamente perdido!
Yo lo escuché y comprendí que solo él, quien conoce toda mi vida, puede conducirme con seguridad y darme la vida eterna. “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1 Juan 5:20).

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