jueves, 5 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN

A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
Efesios 3:8
Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.
Filipenses 1:21
En Damasco
Saulo de Tarso se acercaba a Damasco. Era un judío muy religioso y estimado por sus superiores. Ellos le habían dado autorizaciones para arrestar a los cristianos y llevarlos presos. Avanzaba con determinación junto a su escolta.
Pero cerca a Damasco fue detenido bruscamente y echado a tierra por una intervención divina, quedando momentáneamente ciego. Entró en la ciudad conducido de la mano como un niño.
Más tarde él mismo fue perseguido en Damasco y debió dejar la ciudad como un fugitivo. Algunos discípulos de Jesús le ayudaron a escapar durante la noche, descolgándole por el muro de la ciudad en una canasta (Hechos 9:25).
¿Qué le había sucedido a este hombre? Jesús, el Hijo de Dios, se le apareció en el camino a Damasco. En pleno mediodía, Saulo vio “una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol” (Hechos 26:13). ¡Entonces reconoció que persiguiendo a los cristianos, perseguía a Jesús mismo!
De perseguidor encarnizado, Saulo pasó a ser un cristiano, llamado Pablo. Luego Dios lo envió a anunciar el Evangelio y “las inescrutables riquezas de Cristo” a todos. ¿Perdió algo Pablo? ¿Echó de menos su reputación? Escuche lo que dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:7-8).

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