lunes, 9 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN

Faraón mandó... Echad al río a todo hijo que nazca (de las familias hebreas).
Éxodo 1:22
No pudiendo ocultarle más tiempo (la madre de Moisés), tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río.
Éxodo 2:3
Una cesta de juncos en el río (1)
Retrocedamos en el tiempo y revivamos la extraordinaria historia de Moisés, al comienzo de su vida en el antiguo Egipto. Los hebreos eran esclavos allí, y a pesar de ser tratados duramente, cada vez eran más numerosos. En esto el Faraón vio una amenaza y decidió que todos los varones recién nacidos debían ser echados al río.
En una familia nació un niño. Su madre se negó a cumplir la mortal acción y escondió al bebé todo el tiempo que pudo. Luego preparó una arquilla de juncos y la recubrió con asfalto y brea para impermeabilizarla. En ella depositó a su precioso bebé y la puso en la orilla del río. ¿Qué más podía hacer? Con sabiduría hizo todo lo que estuvo a su alcance. A esos padres angustiados no les quedaba otra cosa que confiar su hijo al poder y a la misericordia del Dios en quien creían. La respuesta de Dios sobrepasó toda esperanza. La hija del Faraón descubrió al niño y lo recogió. ¡Incluso fue conducida por la providencia divina a escoger como nodriza a la madre del bebé!
Este relato bíblico es rico en enseñanzas para todos los padres cristianos de hoy. Ellos velan cuidadosamente sobre sus hijos pequeños, luego llega el momento en que deben dejarlos ir hacia un mundo lleno de peligros. ¿Qué recurso les queda a esos padres que tienen tantas razones para estar preocupados?

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