jueves, 26 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN

Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8:9
Las riquezas y la honra están conmigo; riquezas duraderas, y justicia. Mejor es mi fruto que el oro, y que el oro refinado.
Proverbios 8:18-19
Verdaderas riquezas
Hoy en día el dinero es rey. Gobierna al mundo. Todo está hecho para obtener el máximo provecho sin preocuparse por aquellos a quienes se deja al borde del camino. La riqueza insolente se codea con la pobreza más extrema.
Cristianos, la Biblia nos advierte sobre el peligro de ir tras los bienes terrenales. “Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). Este vuelve al hombre soberbio y duro, distorsiona las relaciones y lo aleja de Dios. Además, las riquezas materiales son efímeras: “Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros” (Santiago 5:2-3). Llegará un día en el cual todo el sistema económico del mundo se vendrá abajo. “En una hora han sido consumidas tantas riquezas” (Apocalipsis 18:17).
Para el creyente, las verdaderas riquezas no son materiales, terrenales ni temporales, sino espirituales, celestiales y eternas. Jesucristo nos lo enseñó cuando se despojó de su gloria para venir a la tierra. Vivió en la pobreza, sin poseer nada, ni siquiera una moneda para pagar el impuesto (Mateo 17:27). Con su muerte y su resurrección abrió el acceso a “las abundantes riquezas de su gracia” a los que creen (Efesios 2:7). “La excelencia del conocimiento de Cristo Jesús” llevó a Pablo a estimar todas las cosas “por basura” (Filipenses 3:8). Busquemos esas verdaderas riquezas en la presencia del Señor.

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