domingo, 22 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN

Vino y anunció las buenas nuevas de paz.
Efesios 2:17

El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
1 Juan 4:14
Jesucristo vino
En los evangelios varias veces escuchamos a Jesús decir: “He venido” (Marcos 1:38; Juan 5:43; 8:14). Esta expresión tan simple y clara nos habla de la bondad de aquel que “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). Jesús vino voluntariamente, por sí mismo, y al mismo tiempo fue enviado por Dios. Estas dos palabras: “venido” y “enviado”, muestran a la vez el amor del Hijo que vino, y el del Padre que lo envió.
Él vino. El Hijo de Dios se encarnó y vivió como un hombre. Soportó el cansancio, los sufrimientos, la discriminación. Aceptó morir en la cruz por cada uno de nosotros. Lo hizo para librarnos de la maldición atribuida a nuestras faltas. Jesús fue condenado por Dios en nuestro lugar. Gracias a su venida, a su muerte y su resurrección, somos librados de la esclavitud del pecado y podemos vivir gozosos en la fe.
Jesús no fue vencido por la muerte. Salió de ella victorioso. Por ello, así como los prisioneros de guerra se gozan cuando su país sale victorioso, la esperanza brota en el corazón de aquel que piensa en los resultados de la venida de Cristo a la tierra. Sabe que la muerte y el mal han sido vencidos.
Además de esto, habiendo acabado su obra, Jesús desea habitar en nuestro corazón. Él mismo nos dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).

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