domingo, 15 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN


Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.
Hechos 24:16
Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.
1 Corintios 4:4
Vivir con su conciencia
La conciencia es la parte de nuestra personalidad que, voluntaria o involuntariamente, reacciona a una ley moral interna, no escrita, que puede variar según las culturas y las épocas. La conciencia no es la voluntad, y a menudo incluso se opone a esta última.
La conciencia siempre está despierta, a veces susurra y a veces grita. Antes de que pensemos en una acción, ella trata de decirnos si está bien o está mal. Durante la acción, en general ejerce una influencia muy débil. Después, y es entonces cuando habla más fuerte, pronuncia un veredicto sobre el acto. Ella no juzga solo nuestros actos, sino también nuestros pensamientos, nuestras actitudes e incluso nuestros motivos.
Leyendo la Biblia podemos distinguir:
– una buena conciencia, que siempre debe ser alumbrada por la Palabra de Dios (1 Timoteo 1:5);
– una mala conciencia, influenciada por el pensamiento del hombre sin Dios;
– una conciencia insensible, endurecida por el pecado (Tito 1:15);
– una conciencia enfermiza, es decir, que reacciona con exceso, en lugar de contar con las promesas de Dios;
– una conciencia contaminada por la corrupción del mundo (1 Corintios 8:7).
Como el vidrio de una ventana, nuestra conciencia necesita ser limpiada mediante un contacto regular con la Palabra de Dios. Esta es la única referencia que nos da una apreciación justa en cada situación. Entonces, por la fe, viviremos libres y felices en la presencia de Dios.

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