viernes, 27 de diciembre de 2019

REFLEXIÓN


(Jesús dijo:) Amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago.
Juan 14:31
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré.
Salmo 91:14
El amor de Jesús por Dios
Generalmente nos agrada más pensar en el amor de Jesús por nosotros que en su amor por Dios. Ahora bien, Jesús fue el único que cumplió el primer mandamiento de la ley de Moisés: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deuteronomio 6:5; Lucas 10:27). ¡Y dio pruebas de ello! El amor por Dios, su Padre, fue el gran motivo de toda su conducta e inspiraba cada una de sus palabras. Ese amor no se mostró en situaciones fáciles o agradables, sino en un constante sufrimiento moral, en medio de un mundo opuesto a Dios. Frente a la oposición y a las persecuciones, lleno de amor por aquel que lo había enviado y a quien venía a revelar, hizo brillar la gracia y la verdad.
Es más, cuando el odio de los hombres los condujo a poner sus manos sobre el santo Hijo de Dios y a crucificarlo, se manifestó la perfección de su amor. No solo aceptó los golpes sin una queja, sino que se ofreció a Dios, él, el hombre perfecto, puro, sin mancha, para cumplir su voluntad, la cual él conocía, sabiendo por qué camino lo habría de llevar.
Entonces, en una suprema sumisión, se ofreció en sacrificio por el pecado, tomando sobre sí mismo el castigo que nosotros merecíamos. La respuesta de Dios estaba asegurada: “Yo lo libraré”, prueba de que Dios estaba satisfecho. Y Jesús resucitó, triunfando sobre el poder de la muerte, del pecado y de Satanás. Dios lo exaltó soberanamente y lo puso sobre su trono. Él es digno, para siempre, de nuestra adoración.

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