domingo, 10 de noviembre de 2019

REFLEXIÓN

La mujer... vino temblando, y postrándose a sus pies (los de Jesús), le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
Lucas 8:47

Testificar delante de todos
Lucas 8:40-48
En medio de una multitud, Jesús atravesaba las calles de un pueblo de Israel para ir a la casa de una niña moribunda. Una mujer se le acercó discretamente y tocó el borde de su manto. Hacía doce años sufría de flujo de sangre, y no quería descubrir su vida personal delante de todos. Además sabía que, según la ley de Moisés, no debía acercarse a nadie (Levítico 15:19).
Maravillosa gracia de Dios, ¡Jesús la sanó! Pero quiso darle más todavía. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (Lucas 8:45-46). Entonces la mujer, temblando, se acercó y declaró delante de todos por qué y cómo había sido sanada. Un vínculo fue establecido con su Salvador; él le habló y ella escuchó esta palabra consoladora: “Tu fe te ha salvado; ve en paz”.
Nada es vergonzoso cuando hablamos con sinceridad en la presencia de Dios: la profundidad de la miseria moral del hombre no hace más que resaltar la gracia de Dios que quiere liberarnos. Contemos lo que el Señor ha hecho por nosotros (Lucas 8:39): no para hacer alarde de lo nuestro, sino para dar testimonio de Su gracia. ¡Cuántas personas han creído en Dios escuchando el simple relato de la conversión de un creyente! Tengamos, pues, la valentía para hablar de nuestro Salvador y de las liberaciones que él ha hecho en nuestras vidas.

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