martes, 26 de noviembre de 2019

REFLEXIÓN


Como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.
Romanos 5:12

¿Era tan grave?
Adán y Eva desobedecieron a Dios y comieron el fruto prohibido. Así el pecado entró en el mundo, y con el pecado, el sufrimiento y la muerte... «¿Todo esto por haber comido un fruto? ¿Era tan grave?», protestan algunos.
Realmente el alcance de este hecho era inmenso. En efecto, rodeando a Adán y Eva de las manifestaciones maravillosas de su bondad, Dios les había dado todas las razones para que confiaran en él. Y, prohibiéndoles comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, les había advertido claramente sobre las consecuencias de su desobediencia: “El día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).
Pero Satanás insinuó que Dios quería privar a Adán y Eva de una cosa deseable (Génesis 3:4-5). Y ellos le creyeron a Satanás, el “mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44). En lugar de confiar en Dios, dudaron de su bondad. Entonces le desobedecieron. ¡Terrible afrenta a su Creador!
¿Debemos sorprendernos por el desastre que resultó de ello? El hombre escogió deliberadamente a Satanás como amo, convertido en “el príncipe de este mundo” (Juan 14:30). Las desgracias de este mundo comprueban que Satanás es un amo cruel, que lejos de desear la felicidad del hombre, trata de arrastrarlo con él a la perdición. El hombre, ¿osaría acusar a Dios de su desgracia?
Pero, cosa maravillosa, Dios tuvo compasión de nosotros. Y Jesús vino “para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Lo derrotó precisamente a través de la muerte: destruyó “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14).

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