jueves, 7 de noviembre de 2019

REFLEXIÓN

Cristo murió por nuestros pecados.
1 Corintios 15:3
Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.
Romanos 4:24-25

¡Ve y lávate!
La Biblia cuenta un hecho sorprendente (2 Reyes 5:1-14). Naamán, un general del ejército sirio apreciado y cercano al poder real, era un hombre aparentemente colmado. Pero tenía lepra, y esta terrible enfermedad, incurable en esa época, anunciaba una separación definitiva, ¡y luego la muerte! Pero la joven judía cautiva que servía a su mujer habló de un profeta en Israel que podía sanarlo de la lepra. Naamán viajó a Israel y se presentó delante de la casa del profeta, quien simplemente le mandó decir: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio”. ¡Naamán obedeció y fue sanado!
Una persona puede ser importante, poseer inteligencia, riqueza, prestigio. Sin embargo, lo que representa la lepra, es decir, el pecado, toca y mata a todos los seres humanos, ricos o pobres, religiosos o incrédulos, personas honestas o malhechores. Nadie escapa a esta declaración bíblica: “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Dios propone una solución, no para los que se creen limpios, sino para el que se reconoce pecador y perdido. Esta solución es muy simple. Como fue propuesta a Naamán: “Ve y lávate”, Dios ofrece a cada uno su perdón definitivo y perfecto, por medio de Jesucristo, quien “nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Apocalipsis 1:5). La Biblia afirma: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Es necesario aceptar este ofrecimiento antes de que sea demasiado tarde.

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