domingo, 3 de noviembre de 2019

REFLEXIÓN

Él (Jesús) estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza.
Marcos 4:38-39
Tomar a Jesús como capitán
Acostumbrados a practicar la pesca en el mar de Galilea, los discípulos de Jesús eran verdaderos profesionales que superaban bien los peligros de ese lago rodeado de montañas y azotado a veces por los fuertes vientos del desierto. Por eso, cuando el Señor les dijo: “Pasemos al otro lado” (v. 35), aceptaron sin ningún problema: pensaban que el Señor contaba con ellos, con su experiencia, ¡y que él podía descansar tranquilamente de los ajetreos del día!
Fue, pues, como su pasajero que Jesús se instaló en la popa, y no como su capitán, hasta el momento en que los elementos desencadenados los obligaron a despertar al Maestro.
A nosotros también nos sucede lo mismo, a veces queremos contar con nuestra experiencia para conducir nuestra vida. Pero el Señor permite que algunas cosas no salgan como estaba previsto, entonces clamamos a él para ser librados...
Respecto a la educación de los hijos, por ejemplo: cuando todavía son pequeños, nos creemos buenos educadores. Pero cuando llegan a la adolescencia, a menudo se presenta la tempestad, ¡entonces nos vemos obligados a clamar a Jesús pidiéndole ayuda!
Esto también sucede en la vida profesional: después de los estudios o de algunos años de éxito, a veces es necesario que la tempestad llegue para que recurramos al Señor.
Si Jesús está en nuestra barca, que sea siempre el capitán, tanto en el buen tiempo como en la tormenta.

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