sábado, 30 de noviembre de 2019

REFLEXIÓN

No imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios.
3 Juan 11
Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.
1 Corintios 15:57
¿Bueno o malo?
¿Puede un hombre decidir ser bueno o malo? Esta pregunta ha atravesado los siglos y no cesa de apasionar a sicólogos y siquiatras enfrentados al comportamiento de ciertos criminales. Pero ella nos alcanza a todos, porque el mal no se limita al crimen. Dios, quien sondea los corazones, declara: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10).
La Biblia nos revela que la raíz del mal está en el hombre desde su nacimiento. Cuando el piadoso rey David, después de haber cometido adulterio y asesinato, tomó conciencia de su pecado, dijo: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5).
¿Cómo dejar de lado ese principio malo que actúa en mí? ¿Cómo vivir y producir el bien? La Biblia responde a estas preguntas y muestra el triunfo final del bien sobre el mal. El pecado entró en el corazón del hombre en el huerto del Edén, cuando escuchó a Satanás en lugar de obedecer a Dios. Y el bien solo fue hallado en Jesucristo hombre, Dios hecho hombre. Él era santo, en él no había ningún rastro de mal. Por su sacrificio, su muerte y su resurrección, todos los poderes del mal fueron vencidos. Esta victoria también puede ser la nuestra si creemos en Jesús. Él nos da una nueva naturaleza que, incluso si aún conservamos la vieja, nos permite vivir haciendo el bien, y para agradar a Dios.
“Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:24-25).

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